domingo, 8 de diciembre de 2019

Ecologismo en la España vaciada.

Mucho se oye hablar estos días de la etiqueta verde, de la pugna por ocupar el espacio verde en el tablero político, en definitiva, a ver quién es más verde.

No puede ser de otra manera porque en los últimos meses, gracias en buena parte al efecto Greta, se ha producido una explosión de compromiso popular en la defensa de la lucha contra el cambio climático y los problemas ambientales. Parece que después de muchos años y tras mucho trabajo silencioso de muchas personas para poner los temas ambientales en primera línea informativa, algo se ha conseguido. En no pocos países de Europa, los partidos verdes están subiendo con fuerza por la preocupación de los jóvenes, y no tan jóvenes, por el cambio climático y las consecuencias nefastas que según la comunidad científica vamos a sufrir en las próximas décadas; además, el ecologismo en Europa se está consolidando como un muro de contención frente al auge de partidos de extrema derecha con discursos cargados de odio e intolerancia.

Sin embargo, en España la situación es distinta. Si bien es cierto que en los últimos años ha habido un trabajo que ha logrado poner la ecología política en las instituciones, con cargos en los distintos niveles de la administración, no hemos sabido aprovechar el tirón de la ola verde para traducir en votos y representación institucional la preocupación por los problemas ambientales. Esto es así, porque las divisiones, disputas y bandazos del que estaba llamado a ser el Partido Verde en España han dado al traste con la esperanza de colocar las políticas ecologistas en primera línea.

Una parte del fracaso de la supuesta opción verde en las últimas elecciones, ha sido olvidarse de la España vaciada, esa España del silencio rural, de la despoblación y de la falta de servicios públicos. Esa España en la que hacer ecología política supone un acto de heroísmo, que con mucho trabajo y sacrificio hemos ido haciendo poco a poco entre unas cuantas personas idealistas, convencidas de que cambiar el mundo es una tarea que empieza en los sitios pequeños, insignificantes para muchos por lo que se ve. Tanto es así, que solamente en las 18 provincias más pobladas se presentó Mas País, que quiso acaparar el espacio verde, consciente de la proyección electoral que podía tener. Ecologismo desde las grandes capitales, podríamos decir. Aún así y después de abandonar al resto de las provincias, el resultado del 10 de noviembre ha sido malo, sin paliativos. Ni siquiera en las provincias en las que se disputaban más asientos en el Congreso se ha conseguido presentar a Más País como una candidatura solvente y ecologista. Lo que sí ha conseguido la incorporación de Más País es la ruptura del partido verde, ya que en buena parte de las provincias o CCAA en las que no se presentó ha quedado muy debilitado.

Por otro lado, de cara a unos próximos comicios locales y autonómicos, las coaliciones que existen dentro de Unidas Podemos se van a ver afectadas por los bandazos electorales de Equo, y probablemente se agravará aún más la delicada situación en la que se encuentra.

A pesar de todo, seguiremos intentando que la ecología política siga avanzando. Lo haremos desde otros espacios, plataformas o partidos. En las pequeñas capitales y regiones, seguiremos construyendo pilares sólidos para que el verde sea el color esperanza. Al fin y al cabo, la transición energética y agroalimentaria no se puede hacer sin contar con el mundo rural. Aquí es donde se producen los alimentos que comen o deberían comer los ecologistas de ciudad, aquí es donde tenemos el sol y el viento disponibles para la tan ansiada transición energética, aquí es donde tenemos los recursos naturales sin los cuales, nada de esto va a ser posible. Todos estos recursos los compartiremos, a pesar de tener menos servicios públicos y muchas necesidades todavía sin resolver.